12 de marzo de 2015

Dimorfismo Sexual



Me gustaría comezar haciendo un repaso de las diversas formas de reproducción en la naturaleza, y ver como se presenta el dimorfismo sexual en  las diferentes expecies. Luego veremos como el ser humano particularmente percibe su propio dimorfismo sexual.

Algunas especies vivientes, están formadas por organismos que se reproducen de manera asexual. Básicamente, se multiplican haciendo copias de sí mismo, y por eso todos los individuos comparten la misma morfología. En estos casos, un mismo organismo puede desprender una sola célula o trozos de su cuerpo para generar un nuevo individuo. Este tipo de reproducción se efectúa sin la intervención de células sexuales o gametos.

Otras especies en cambio se reproducen mediante reproducción sexual o gámica, que es la más habitual de los seres pluricelulares.

A partir de la investigación de un equipo de científicos en la Universidad de Maryland se halló que los genes que permiten la unión de las células reproductivas en animales de diferente sexo, son de origen viral, y eran empleados por éstos para ingresar en diferentes organismos.

Dependiendo de la morfolgía y funcionales de los gametos, se pueden diferenciar dos formas de reproducción sexual: Isogámica y Anisogámica.
Isogámica significa que los gametos son idénticos, por  lo cual no es posible  llamarlos gameto masculino y femenino. Esta reproducción se encuentra en algunas algas, protozoos y hongos. 
Anisogámica se refiere a que los gametos se diferencian tanto morfológica como fisiológicamente. Uno de ellos es diminuto y móvil, recibiendo el nombre de gameto masculino o espermatozoide, y el otro más grande y sedentario, se denomina gameto femenino u óvulo.
Cuando todos los organismos de una misma especie son idénticos (sin diferenciación de sexos), pero poseen aparatos sexuales que les permite autofecundarse, se denominan hermafroditas. Este es el caso de algunos corales o tenias por ejemplo.

Por otro lado, aunque los seres hermafroditas producen los dos tipos de gametos, rara vez se fecundan a sí mismos, en realidad la mayoría emplean el apareamiento como forma de reproducción sexuada. Este tipo de reproducción habilita a que cada miembro de la especie  pueda intercambiar genes con cualquiera de sus congéneres, de forma tal que el nuevo individuo será producto de la mezcla de genes de sus progenitores.


Esto sucede en algunas especies de: plantas con flores, peces, amebas, esponjas marinas, caracoles, anémonas, pulpos, calamares, ranas e insectos, y ascidias (el grupo más antiguo del filo cordado, filo al que pertenece el ser humano), entre otros.
En las plantas por ejemplo, muchas flores poseen los dos sexos, los gametos maduran a distinto tiempo, por lo que se requiere una polinización cruzada para llevar a cabo la fecundación.
Aquí nos encontramos con algo llamado hermafroditismo secuencial. Es decir que en cierto momento de la vida, el individuo se identifica sexualmente de una manera, y más tarde de otra. Un ejemplo de esto, son algunas especies de peces  (como el pez payaso de la imagen) que pueden cambiar de sexo en el transcurso de su vida. Inician su vida como hembras y, luego de procrear varias veces, se transforman en machos.

En otras especies en cambio, sus integrantes no poseen los dos gametos. (Para poder reprodicierse entonces, tienen que identificar a aquellos miembros de su especie que posean el gamneto del cual carecen  y esta el la razón del Dimorfismo sexual. Aquí el intercambio de genes sólo es posible, cuando los progenitores son de sexos diferentes (masculino "XY" y femenino "XX").  El gameto femenino siempre porta un cromosoma X, mientras que el masculino puede aportar un cromosoma X o uno Y.

Las diferencias físicas encontradas entre machos y hembras de la misma especie, son producto de la acción de hormonas sexuales. En las primeras semanas de la gestación, los fetos no tienen aún desarrollado su sexo.  Si el feto posee el cromosoma "Y", entonces intervienen las hormonas masculinas en el desarrollo, y el individuo será de sexo masculino, por el contrario si no lo pesee, el individuo será de sexo femenino.

El efecto de las hormonas sexuales, puede verse claramente en acción cuando  por ejemplo, una mujer toma hormonas masculinas y comienza la masculinización de su organismo, le crece barba, se desarrolla más muscularmente, etc. También se observa claramente cuando un hombre toma hormonas femeninas y le crece el busto, se afina la voz, etc.

Algunas diferencias físicas entre los sexos en la naturaleza son realmente extremas. Uno de estos casos, es el de los peces cerátidos que viven a grandes profundidades en el mar.  Allí hay una gran oscuridad por lo cual se dificulta el encuentro de machos y hembras. La mayoría de estos peces presentan un dimorfismo sexual extremo, donde las hembras son mucho más grandes que los machos, los cuales además son  mucho más numerosos que las hembras. Sucede que cuando un macho encuentra a una hembra, se fija a ella con sus dientes y allí se queda, viviendo como un parásito. Su función queda reducida a ser un saco de esperma, pronto para ser liberado cuando la hembra desove. Es posible que evolutivamente, y con el tiempo suficiente, estos machos no lleguen a  tener existencia como tal, sino que sigan degenerando muchos de sus órganos y se conviertan en las gónadas masculinas de un pez hermafrodita.

Polimorfismo sexual

En este caso, los individuos del mismo sexo en una especie presentan distinto aspecto morfológico. Es común en insectos sociales como las termitas, hormigas y abejas, y la forma de los individios se adapta a la función social que cumplen.

Una colonia de termitas consiste de tres castas básicas: Obreras (hembras, sexualmente inmaduras y casi siempre ciegas), Soldados (adultos estériles de ambos sexos, tienen una cabezas muy grandes), y Reproductores (son alados antes del apareamiento, y pueden producir nuevas reinas y reyes).
Las hormigas pueden ser: Reinas (hembras grandes reproductoras), Obreras (hembras), Soldados (son versiones más grandes de las obreras), y Machos (tienen vidas cortas, mueren poco después el acoplamiento).
Las abajas tienen tres formas o castas: Obreras (hembras), Reinas (hembras reproductivas) y zánganos (machos).
La bióloga Joan Roughgarden, estudió varias especies con un dimorfismo sexual que no se limita únicamnete a dos formas.
Especies con un sexo femenino y dos sexos masculinos incluyen el ciervo que tiene dos formas masculinas, una con cuernas y otra sin, así como varias especies de peces como los pertenecientes al género Porichthys y el Oncorhynchus kisutch.
Especies con un tipo de hembra y tres sexos masculinos incluyen el Lepomis macrochirus, donde cuatro tipos distintos en cuanto a color y tamaño exhiben comportamientos sociales y reproductivos diferentes, así como el Symphodus ocellatus, el Oreochromis mossambicus, y un tipo de lagarto, el Urosaurus ornatus.
El mayor número de formas de sexos dentro de una especie se encuentra entre las utas (imagen), que tiene en total cinco formas: machos de garganta naranja, que son «ultradominantes, de alta testosterona», controladores de varias hembras; machos de garganta azul, que son menos agresivos y guardan sólo una hembra; machos de garganta amarilla, que no defienden territorios en absoluto y se agrupan alrededor de los territorios de los machos de cuello naranja; hembras de cuello naranja, que ponen huevos pequeños y son muy territoriales; y hembras de cuello amarillo, que ponen menos huevos y son más tolerantes entre ellas.


El dimorfismo sexual del Homo Sapiens

Nuestra especie posee dimorfismo sexual, pero no tan extremo como se presenta en otras especies.

En una columna publicada en The Huffington Post, el antropólogo especialista Agustín Fuentes afirma que no hay tantas diferencias entre ambos sexos como se cree.

“Sí, las mujeres dan a luz y amamantan y los hombres no lo hacen. Y sí, los hombres son, en promedio, son ligeramente más grandes que las mujeres y por lo general tienen más fuerza. En la parte superior de su cuerpo también tienen diferencias básicas biológicas, pero ¿por qué siempre se centran en las diferencias biológicas y de comportamiento, y no en las similitudes?”

Fuentes plantea que estos mitos provienen de los modelos de roles de género que han existido por muchos años en la sociedad y que de cierto modo influyen en la manera que vemos nuestra biología y conducta.

“No existe un mandato biológico o evolutivo que haga que a sólo a las mujeres les importen los bebés y muestren más emociones, o que los hombres sean mejores en la economía y la política y prefieran las cervezas (…). Es la fuerza de los mitos sociales sobre los sexos, la que nos engaña e impone el pensamiento de que los hombres y las mujeres son diferentes por naturaleza”

El experto derriba (en éste artículo) 7 mitos sexistas muy comunes, de los cuales los siguientes 3 son los relativos al dimorfismo sexual:

1. Las hormonas hacen la diferencia: “Todo el mundo piensa que los machos y las hembras tienen diferentes hormonas: Testosterona en los hombres y estrógeno en las mujeres. No, las hormonas reales de hombres y mujeres son iguales: no hay hormonas sólo masculinas o femeninas. Tanto hombres como mujeres pueden contraer una avalancha de testosterona cuando pelean o participan en una competencia deportiva. Tanto hombres como mujeres pueden inundarse de oxitocina y prolactina cuando toman a un bebé recién nacido. No puede haber diferencias en los niveles, patrones y el impacto de algunas de estas hormonas en cuerpos masculinos y femeninos, pero la variación individual es a menudo más importante que la variación entre los sexos”.

2. Los genitales de hombres y mujeres son totalmente distintos: “La mayoría de la gente piensa que los genitales masculinos y femeninos son muy diferentes: pene = hombre; vagina = mujer. Pero incluso esta dicotomía básica no es del todo correcta: los genitales emergen de la misma masa de tejido embrionario. Durante las primeras seis semanas de vida, las masas de tejido desarrollan de forma idéntica. A las 6 o 7 semanas, dependiendo de si el feto tiene cromosomas XX o XY, los tejidos recién se empiezan a diferenciar. Una parte de éste se empieza a transformar en clítoris o pene y otro da forma a los labios o el escroto. Otra área comienza a convertirse en testículos u ovarios. Esto quiere decir que fisiológicamente, los órganos genitales masculinos y femeninos están hechos del mismo material y trabajan de forma similar”.

3. Los cerebros de hombres y mujeres son distintos: “Si hubiera diferencias realmente arraigadas en la biología y comportamiento de hombres y mujeres, debería aparecer en el cerebro. Los genitales comienzan en el mismo lugar y terminan siendo diferentes, el cerebro no. Nuestros cerebros son más o menos iguales. Los de los machos son un poco más grandes al igual que sus cuerpos y los cerebros de las féminas dejan de crecer antes que los varones, como también ocurre con su anatomía. Sin embargo, (…) el tamaño realmente no importa en lo más mínimo. Salvo aspectos menores, no existen diferencias consistentes y fiables en los cerebros masculinos y femeninos”.

En algunos casos, estas diferencias no son muy claras, y algunos bebés nacen con órganos genitales atípicos...

Personas Intersexuales

La intersexualidad es la condición de una persona que presenta de forma simultánea características sexuales masculinas y femeninas, en grados variables. Muchos intersexuales pueden tener órganos reproductivos bastante típicos. En otros casos (1 cada 2000 bebés) pueden poseer una abertura vaginal la cual puede estar parcialmente fusionada, un órgano eréctil (pene o clítoris) más o menos desarrollado y ovarios o testículos, los cuales suelen ser internos.

Los últimos estudios indican que los intersexules no deben ser sometidos a cirugías diseñadas para “hacer que los genitales se vean normales”, sin contar con su consentimiento. No tomando en cuenta la identidad de género del menor, muchas veces sus padres y doctores toman decisiones sobre cual debe ser su sexo. Es importante entender que la identidad sexual está en la mente y no en los genitales. Debe entenderse que este no es un asunto sanitario, ni médico sino psicosocial. Cada menor intersexual tiene el derecho de decidir su propia identidad sexual una vez llegue a su madurez psicológica.
Se debe tener en cuenta que muchos niños que han sido intervenidos quirúrgicamente, al ser mayores se hicieron otro cambio quirúrgico para ponerse el “sexo contrario” al que eligieron los padres. No se debe arriesgar el funcionamiento sexual futuro de un bebé e incluso la vida, sólo para saber decir si es niño o niña. Una vez que el/la niña  elija, se le debe dar apoyo en su elección, dándole acceso a las hormonas en la pubertad y a los tratamientos necesarios para la asignación.
(Para más información ver Organización Internacional Intersexual)

Dimorfismo sexual y género

A lo largo de la historia, se ha especulado mucho acerca de que tan diferentes son realmente los hombres y las  mujeres, y muchas de éstas diferencias han sido exageradas o inventadas. Las personas suelen confundir características de género (que son en realidad construcciones sociales y cualturales) con algo originado por su sexo biológico. La bipolaridad de género es una arbitrariedad que crea dos géneros (masculino y femenino) y dota de ciertas caracteríasticas a cada uno basandose únicamente en los genitales de las personas.

Nos sorprende cada día que en pleno siglo XXI, aún seamos bombardeados con tanta cantidad de publicidad sexista y degradante. Los medios en general salvo en raras ocasiones, no hacen más que cultivar viejos estereotipos de género, reviviéndolos para establecer cuales son los comportamientos aceptados para cada género, desde la vestimenta hasta la manera en que deben actuar y pensar!

Por ejemplo, si nos quieren vender un artículo de limpieza, seguro hay una mujer en el aviso empleándolo (sobro todo en los de cocina). Por otro lado, los programas o anuncios asociados a los coches, son claramente dirigidos a los hombres (con mujeres bonitas y todo).
Acaso se asume que los hombres no limpian, o que a las mujeres no les agradan los coches?

En algunas sociedades de oriente medio, las diferencias culturales son aún más extremas. Las mujeres son obligadas a vestir de cierta manera, cubrirse el rostro en público, y en donde en caso de no someterse son quemadas con ácido, mutiladas o asesinadas. Estas mujeres no cuentan con los mismos derechos legales que los hombres, ya que allí se cree que son realmente muy diferentes como para poder contar con ellos.

En occidente en cambio las mujeres han logrado en gran medida, equiparar sus derechos a los de los hombres, y no es ni fue una tarea fácil. Desde el punto de vista religioso, social y económico, siempre se han encontrado en desventaja sobretodo en las sociedades más machistas.

A continuación, los 4 mitos restantes relativos al género que el experto Agustín Fuentes citó en los 7 mitos sexistas anteriormente mencionados.

4. Sexo y género es lo mismo: Sexo y género están interconectados, pero no son lo mismo. El sexo es un estado biológico que se mide a través de los cromosomas (XX o XY), aspectos del cuerpo y la fisiología. En cambio, el género incluye roles, expectativas y percepciones que una sociedad tiene para los dos sexos. La mayoría de las sociedades tienen dos sexos en un continuo de masculinidad-feminidad. Algunos tienen más. Nacemos con un sexo biológico, pero adquirimos el género. Hay una tonelada de diversidad individual dentro de las sociedades. (…) Existe una amplia gama de datos que demuestra esto, pero las personas han decidido ignorarlos".

5. Los hombres son más agresivos que las mujeres: "Todo depende de lo que entendamos por agresión. Los hombres y las mujeres no son diferentes en la expresión de la ira y la agresión en general, pero los varones son más propensos a usar la agresión física. Los sexos son más o menos iguales cuando agreden al otro, pero 'ellos' son más grandes y, por lo general, más fuertes. Los hombres no son naturalmente 'más agresivos' que las mujeres, pero pueden utilizar la agresión física con más eficacia que ellas", explicó el experto.

6. Las mujeres tienen instinto maternal, pero los hombres no tienen instinto paternal: "Las mujeres dan a luz y los hombres no. Las mujeres amamantan y los hombres no. Sin embargo, tanto varones como damas tienen las mismas posibles respuestas hormonales ante la llegada de un bebé, con una gran variación entre los individuos. Los humanos son capaces de criar a los hijos sin distinción de sexo, y la historia demuestra con éxito que como especie tanto hombres como mujeres (de todas las edades) han ayudado a elevar la generación siguiente. Las mujeres dan a luz y amamantar, pero todos podemos cuidar a los niños, el sexo no convierte automáticamente a un sexo en mejor padre que el otro".

7. Los hombres quieren sexo, las mujeres relaciones de pareja: "La mayoría de las personas asumen esto. Sin embargo, (…) los datos muestran que los hombres y las mujeres tienen más o menos la misma cantidad de relaciones sexuales durante sus vidas. Pero hay algunas diferencias importantes en el interés sexual. Por ejemplo, las mujeres casadas reportan un menor deseo en tener sexo con sus esposos cuanto más tiempo han estado con ellos y los hombres más jóvenes son más propensos a la masturbación y el interés en la pornografía visual. Pero, ¿son estas diferencias sexuales biológicas o hay algo más? Todavía tenemos mucho que aprender acerca de la sexualidad y como en muchas otras áreas parece que la variación es más alta entre los individuos, no entre los sexos. Ambos cuerpos masculinos y femeninos responden de la misma manera a la unión en pareja y no hay ninguna diferencia biológica en los patrones de apego o deseo.
Sin embargo, los datos de las encuestas sugieren que los hombres quieren tener muchas más parejas sexuales a lo largo de su vida que las mujeres. No obstante, si se mira las respuestas promedio de hombres y mujeres (no la cantidad), ambos desean lo mismo. ¿Estos resultados tendrán que ver con la biología o con los roles de género inculcados en la crianza? En realidad, tanto ellos como ellas quieren estar con otras personas en una amplia gama de relaciones sexuales y emocionales. La variación una vez más está en el individuo más que entre los sexos".


Me gustaría expandir éstas ideas, citando las palabras del genial Isaac Asimov, el cual habló muy claramente sobre su forma de ver las diferencias reales entre los sexos, con su típico enfoque futurista. Hay que tener en cuenta que el ensayo que cito a continuación, fue escrito en los años sesenta, cuando en occidente se estaban gestando todo tipo de movimientos sociales y culturales. Para no extender mucho esta entrada, sólo extraigo aquí partes del ensayo de Asimov.

Nota: Los tres puntos (...) previos de un parrafo, indican que una parte del texto fue omitido. 


Indecisa, coqueta y difícil de complacer  

Entre unas cosas y otras, he leído bastantes obras de Shakespeare y me he dado cuenta de un montón de cosas, entre ellas de la siguiente: las heroínas románticas de Shakespeare por lo general superan a sus héroes en inteligencia, carácter y fortaleza moral.
Julieta actúa con energía y sin arredrarse ante el peligro mientras Romeo se limita a tirarse al suelo y llorar ( Romeo y Julieta )...

...Y sin embargo, a pesar de todo esto, nunca he oído que nadie criticara a Shakespeare por dar una visión falsa de las mujeres. Nunca le he oído decir a nadie: «Shakespeare está bien, pero no comprende a las mujeres». Al contrario, todo son elogios para sus heroínas.
¿Cómo es posible entonces que Shakespeare, el cual, según la opinión unánime, supo ver la naturaleza humana al desnudo y sin artificio a la luz inquisitiva e impersonal de su genio, nos presente a las mujeres como superiores a los hombres en todos los aspectos importantes, y aun así tantos de nosotros sigamos estando seguros que las mujeres son inferiores a los hombres? Digo «nosotros» sin distinción de género, porque por lo general las mujeres aceptan su condición de inferiores.

...Estoy convencido que las sociedades futuras serán más razonables en este punto, y me gustaría explicar las razones de esta creencia. Me gustaría especular sobre la mujer del futuro a la luz de lo que le ocurría a la mujer del pasado y de lo que le está ocurriendo a la mujer del presente.
Para empezar, admitiremos que existen determinadas diferencias fisiológicas inevitables entre los hombres y las mujeres. (El primero que grite Vive la différence! se marcha de la habitación.)
¿Pero hay alguna diferencia que sea de naturaleza fundamentalmente no fisiológica? ¿Existen diferencias intelectuales, emocionales o de temperamento de las que estemos totalmente seguros y que puedan servir para diferenciar a los hombres de las mujeres de una manera amplia y generalizada? Me refiero a diferencias que sean válidas para todas las culturas, como ocurre con las diferencias fisiológicas, y que no sean consecuencia de una temprana orientación educativa.
Por ejemplo, no me impresiona la afirmación que «las mujeres son más refinadas», pues todos sabemos que las madres empiezan pronto a dar palmadas en las pequeñas manos de sus hijitas, mientras les recriminan: «No, no, no, las niñas buenas no hacen eso».

Por mi parte, sostengo la rígida opinión que no es posible estar seguros de la naturaleza de las influencias culturales, y que las únicas diferencias ciertas que podemos establecer entre los sexos son las de orden fisiológico, de las cuales sólo admito dos:

1. La mayoría de los hombres son más grandes y más fuertes físicamente que la mayoría de las mujeres.

2. Las mujeres se quedan embarazadas, tienen niños y los amamantan. Los hombres, no.

¿Qué es lo que podemos deducir a partir exclusivamente de estas dos diferencias? Me da la impresión que bastan para comprender la situación de clara desventaja de las mujeres con respecto a los hombres en una sociedad de cazadores primitiva, que era el único tipo de sociedad existente hasta, digamos, el 10.000 A. C.
No cabe duda que las mujeres no estarían tan capacitadas para los aspectos más duros de la caza, además de verse perjudicadas por una cierta torpeza durante los embarazos y por determinadas distracciones, mientras se hacían cargo de sus bebés. De darse una lucha por la comida del tipo «que cada uno se las componga como pueda», ellas siempre serian las últimas en llegar.
A una mujer no le vendría mal que algún hombre se ocupara de proporcionarle algún muslo de carne después de la caza y que se preocupara además que ningún otro hombre se lo quitara. Es poco probable que un cazador primitivo procediera de este modo movido por sus convicciones filosóficas humanitarias; no habría más remedio que sobornarlo. Supongo que todos ustedes se me han adelantado en la suposición que el soborno más evidente es el sexual.
Me imagino un tratado de asistencia mutua de la edad de piedra entre hombres y mujeres: sexo a cambio de comida, y, como resultado de este tipo de compañerismo, nacerían más niños y las generaciones se sucederían.

...Aunque el convenio de sexo a cambio de comida parece un toma y daca bastante razonable, no es así. Se trata de un convenio terriblemente injusto, porque una de las partes podía violarlo impunemente y la otra no. Si el castigo de una mujer consiste en negarse a tener trato sexual y el de un hombre en negarse a compartir su comida, ¿cuál de los dos vencerá? A pesar de lo que creen las mujeres de Lisístrata, una semana sin relaciones sexuales es mucho más fácil de soportar que una semana sin comida. Además, un hombre que se harte de esta huelga reciproca puede obtener lo que quiere por la fuerza, y una mujer no.
Por tanto, tengo la impresión que, por razones fisiológicas muy concretas, la primitiva asociación entre hombres y mujeres era rigurosamente desigual; el hombre desempeñaba el papel de amo y la mujer el de esclavo.
Esto no quiere decir que una mujer inteligente no fuera capaz, aun en los tiempos de la edad de piedra, de engatusar y camelar a un hombre para conseguir lo que quería. Y todos sabemos que hoy en día no hay ninguna duda que así es, pero los halagos y la marrullería son las armas del esclavo.

...El arreglo social de hombre-amo y mujer-esclava fue adoptado hasta en las culturas más admiradas de la antigüedad, que nunca lo pusieron en cuestión. Los atenienses de la Edad de Oro consideraban a las mujeres criaturas inferiores, sólo superiores a los animales domésticos (y eso con reservas) y desprovistas de cualquier clase de derechos humanos. Al ateniense ilustrado le parecía evidente que la homosexualidad masculina era la forma de amor más elevada, pues era la única manera que un ser humano (varón, naturalmente) pudiera amar a un igual.
Claro que si quería tener niños tenía que recurrir a una mujer, pero y qué; si quería ir a alguna parte, recurría a su caballo.

En cuanto a otra gran cultura del pasado, la hebrea, es obvio que la Biblia acepta la superioridad del varón como algo natural. Ni siquiera se discute el tema en ningún momento.
Lo cierto es que la Biblia, con la historia de Adán y Eva, ha contribuido a la desgraciada situación de la mujer más que ningún otro libro. Esta historia ha permitido a docenas de generaciones de hombres echar la culpa de todo a las mujeres. Ha hecho posible que un gran número de santos hablaran de las mujeres en unos términos que un miserable pecador como yo dudaría en emplear para referirse a un perro rabioso.
En los mismos diez mandamientos, las mujeres se mencionan tranquilamente entre otras propiedades, animadas e inanimadas. En Éxodo, 20, 17, leemos: «No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea suyo».
El Nuevo Testamento no es mucho mejor. Podría elegir entre varias citas, pero bastará con ésta sacada de Efesios, 5, 22-24: «Mujeres, someteos a vuestros maridos como si fuera al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como el Mesías, salvador del cuerpo, es cabeza de la Iglesia. Como la Iglesia es dócil al Mesías, así también las mujeres a sus maridos en todo.»
En mi opinión, se aspira a cambiar el convenio social entre hombre y mujer, de amo/ esclavo a Dios / criatura.
No voy a negar que en muchas partes del Antiguo y el Nuevo Testamento se alaba y se honra a las mujeres. (Por ejemplo, el Libro de Ruth.) Pero el problema reside en que los textos de la Biblia que versan sobre la maldad y la inferioridad femeninas influyeron mucho más que aquellos en la historia social de nuestra especie. Al egoísmo que llevó a los hombres a estrechar las cadenas que aprisionaban a las mujeres había que añadir el formidable mandato religioso.

La situación no ha cambiado por completo en lo esencial, ni siquiera en la actualidad.

...Cualquier hombre les dirá que una mujer es más intuitiva que lógica, más emocional que razonable, más melindrosa que creativa y más refinada que vigorosa. No entienden de política, son incapaces de sumar una columna de cifras, conducen mal, chillan aterrorizadas cuando ven un ratón, y etcétera, etcétera, etcétera.
Como las mujeres son todas esas cosas, ¿cómo se les va a permitir que intervengan en la misma medida que el hombre en las importantes tareas de organizar la industria, el Gobierno y la sociedad?
Esta actitud tiende a crear su propia realidad.

Se comienza por enseñarle a un joven que es superior a las mujeres, lo que es reconfortante. Esto le sitúa automáticamente entre la mitad privilegiada de la raza humana, por muchos defectos que tenga. Cualquier cosa que se oponga a esta idea, atentará no sólo contra su amor propio, sino contra su misma virilidad.
Esto quiere decir que si resulta que una mujer es más inteligente que determinado hombre por el que se siente interesada (por alguna oscura razón), no habrá de revelar este hecho, aunque le vaya la vida en ello. La atracción sexual, por fuerte que fuera, no podría hacer olvidar la herida mortal que él recibiría en el mismo núcleo de su orgullo masculino, y ella le perdería.

Por otra parte, un hombre encuentra algo infinitamente tranquilizador en la presencia de una mujer que es manifiestamente inferior a él. Esta es la razón que una mujer tonta parezca «mona». Cuanto más marcadamente machista es una sociedad, más se aprecia la estupidez en la mujer.

A lo largo de los siglos las mujeres se han visto obligadas a atraer a los hombres de alguna manera, si querían tener alguna oportunidad de conseguir seguridad económica y posición social, y, por tanto, las que no eran tontas ni estúpidas por naturaleza tenían que cultivar cuidadosamente la tontería y la estupidez hasta que se convertían en algo natural en ellas, y se olvidaban que alguna vez fueron inteligentes.
Tengo la impresión que todas las diferencias emocionales y de temperamento entre hombres y mujeres son diferencias culturales que tenían la importante función de mantener el convenio hombre-amo/ mujer-esclava.
Me parece que basta con considerar la historia social con un poco de lucidez para comprobarlo, y comprobar además que el «temperamento» femenino hace lo imposible por adecuarse a las necesidades del hombre en cualquier situación.

¿Qué puede haber habido de más femenino que la condición de la mujer victoriana, tan delicada y modesta, siempre sonrojándose y conteniendo el aliento, increíblemente refinada y que continuamente recurría a sus sales para superar una lamentable tendencia a desmayarse?
¿Acaso ha habido nunca un juguete más estúpido que el estereotipo de la mujer victoriana? ¿Acaso ha habido un insulto mayor para la dignidad del Homo sapiens?

Pero se puede comprender la razón que la mujer victoriana (o algo más o menos parecido a ella) tuviera que existir a finales del siglo XIX. Era una época en la que las mujeres de las clases acomodadas no tenían que hacer ningún trabajo «de poco músculo», que era tarea de los criados. O bien se les permitía emplear su tiempo libre en unirse a los hombres en sus actividades, o se conseguía que no hicieran nada. El hombre se propuso firmemente que no hicieran nada (excepto naderías para pasar el rato, como bordar o tocar el piano de manera lamentable). Incluso se las animaba a llevar ropas que estorbaban sus movimientos hasta el punto que apenas podían andar ni respirar.

Por consiguiente, no les quedaba otra cosa que hacer que entregarse a un feroz aburrimiento que sacaba a relucir lo peor de la naturaleza humana, y que hacía de ellas seres inadecuados incluso para el sexo; se les inculcaba la creencia que éste era algo sucio y pernicioso, para que sus maridos pudieran ir a buscarse el placer a otra parte.

Pero en esta misma época a nadie se le ocurrió inculcarles las mismas insípidas cualidades a las mujeres de las clases más bajas. Ellas tenían trabajo «de poco músculo» de sobra, y como no tenían tiempo para desmayos ni refinamientos, el temperamento femenino hizo los ajustes necesarios, y se las arreglaron sin desmayos ni refinamientos.
Las mujeres pioneras del Oeste americano no sólo limpiaban la casa, hacían la comida y tenían un bebé detrás de otro; además, cuando era necesario, cogían un rifle para luchar contra los indios. Tengo la grave sospecha que también eran uncidas al arado cuando el caballo necesitaba tomarse un respiro o cuando se estaba puliendo el tractor.

Y todo esto ocurría en la época victoriana.
Incluso ahora lo seguimos viendo por todas partes.

...Hubo una época en que sólo había enfermeros varones porque todo el mundo sabía que las mujeres eran demasiado delicadas y refinadas para este trabajo. Cuando las condiciones económicas impusieron la necesidad de contratar a enfermeras, resultó que después de todo no eran tan delicadas ni refinadas.

Unos conocidos versos de Sir Walter Scott expresan magníficamente el significado de todo esto:

0h, mujer!, en nuestras horas tranquilas, indecisa, coqueta y difícil de complacer, ... Cuando el dolor y la angustia fruncen el ceño, ¡tú eres el ángel que cuida de nosotros!        

La mayoría de las mujeres parecen considerar estos versos como un maravilloso y conmovedor tributo, pero yo creo que se trata de una exposición bastante escueta del hecho que cuando el hombre está relajado quiere tener un juguete, y que cuando tiene problemas, quiere un esclavo, y que la mujer ha de estar dispuesta a adoptar al instante cualquiera de los dos papeles.
¿Y si el dolor y la angustia fruncen su ceño? ¿Quién es el ángel que cuida de ella? Hombre, pues otra mujer contratada para la ocasión.

Pero no caigamos tampoco en el otro extremo. Durante la lucha por el voto de las mujeres, los machistas decían que la nación iría al desastre porque las mujeres no tienen sentido de la política y se dejarían manipular por los hombres (o por los sacerdotes, o por cualquier charlatán con la cabeza llena de rizos y la boca llena de dientes).
Por otra parte, las feministas decían que cuando las mujeres entraran en las cabinas de votación con toda su suavidad y su refinamiento y su honradez, se acabarían todas las guerras, los chanchullos y la corrupción.
¿Saben lo que ocurrió cuando las mujeres consiguieron el derecho al voto? Nada. Resultó que las mujeres no eran más tontas que los hombres, ni tampoco más sabias.
¿Y qué hay del futuro? ¿Conseguirán las mujeres una verdadera igualdad?
No, a menos que cambien las condiciones básicas que imperan desde que el Homo sapiens apareció como especie.

Los hombres no renunciarán voluntariamente a sus ventajas; los amos nunca lo hacen. A veces se ven obligados a hacerlo a causa de una revolución violenta de un tipo u otro. A veces se ven obligados a hacerlo por su prudencia, al prever una inminente revolución violenta.
Un individuo puede renunciar a una ventaja simplemente por su sentido de la decencia, pero estos individuos son siempre una minoría, y un grupo en su conjunto no lo hará jamás.
De hecho, en este caso son las mismas mujeres las más ardientes defensoras del statu quo (por lo menos la mayoría). Llevan tanto tiempo representando su papel que notarían la ausencia de las cadenas alrededor de sus muñecas y tobillos. Y están tan acostumbradas a sus mezquinas recompensas (el sombrero que se alza, el brazo que se ofrece, las sonrisas afectadas y las miradas maliciosas y, sobre todo, la libertad de ser tontas), que no están dispuestas a cambiarlas por la libertad. ¿Quiénes atacan con más dureza a la mujer independiente que desafía las convenciones de las esclavas? Otras mujeres, por supuesto, que actúan de agentes de los hombres.

Pero a pesar de todo, las cosas cambiarán, porque las condiciones básicas que sustentaban la posición histórica de la mujer están cambiando.

¿Cuál era la primera diferencia fundamental entre los hombres y las mujeres?

1. La mayoría de los hombres son más grandes y más fuertes físicamente que la mayoría de las mujeres. ¿Y bien? ¿Qué más da eso hoy en día? La violación es un crimen, y por tanto se trata de un atentado físico criminal, aun cuando sólo esté dirigido contra las mujeres. Este hecho no basta para que estas cosas dejen de ocurrir totalmente, pero impide que sigan siendo el juego universal para los varones como lo fueron en su momento.

¿Y qué importancia tiene, desde el punto de vista económico, que los hombres sean más grandes y más fuertes? ¿Es que las mujeres son demasiado pequeñas y débiles para ganarse la vida? ¿Es que tienen que arrastrarse bajo el brazo protector de un varón, por tonto o desagradable que sea, para conseguir el equivalente de un muslo de la pieza cobrada?

...Pero aún nos queda la segunda diferencia:

2. Las mujeres se quedan embarazadas, tienen niños y los amamantan. Los hombres, no.

He oído decir muchas veces que las mujeres tienen el instinto de «construir el nido», que verdaderamente quieren cuidar de un hombre y sacrificarse por él. Es posible, en las condiciones que había en el pasado. Pero ¿y ahora?

Con la explosión demográfica, que es cada vez más una espada de Damocles para todo el género humano, o desarrollamos una nueva actitud hacia los niños antes de fin de siglo o nuestra cultura morirá.
Llegará a ser totalmente correcto que una mujer no tenga hijos. Se aliviará la sofocante presión social que obliga a la mujer a ser «esposa y madre», lo que tendrá aún más importancia que el alivio de la presión económica.

Gracias a la píldora, es posible librarse de la carga de los niños sin renunciar al sexo. Esto no quiere decir que las mujeres dejarán de tener niños, sino que simplemente no tendrán que tener niños. De hecho, tengo la impresión que la esclavitud femenina y la explosión demográfica van de la mano. Si se mantiene sometida a una mujer, el hombre sólo se sentirá seguro si consigue tenerla «descalza y embarazada». Si no tiene otra cosa que hacer más que tareas poco dignas y repetitivas, se dedicará a tener un niño detrás de otro como única vía de escape. Por otra parte, si las mujeres se sintieran realmente libres, la explosión demográfica se detendría espontáneamente. Pocas mujeres estarían dispuestas a sacrificar su libertad para tener un montón de hijos. Y no se apresuren a decir «No»; la libertad femenina no ha sido ensayada nunca verdaderamente, pero algo debe de significar el hecho que el índice de natalidad sea más alto en los lugares en que la mujer ocupa la posición social más baja. Por consiguiente, predigo que en el siglo XXI las mujeres serán completamente libres por primera vez en la historia de la especie.

...El sexo se ha separado del nacimiento de los niños, y continuará estándolo, puesto que es imposible eliminarlo y es imposible alentar el nacimiento de más bebés. Voten por quien les parezca, pero la «revolución sexual» seguirá adelante.

...No cabe duda que los detalles cambiarán, pero lo que esto significa en realidad es el fin de las distinciones superficiales entre los sexos.
Es precisamente esto lo que molesta a las personas convencionales. Una y otra vez les oigo quejarse que algún chico con el pelo especialmente largo parece una chica. Y luego dicen: « ¡Ya no se les puede distinguir!»

Esto siempre me hace preguntarme cuál es la razón que sea tan importante distinguir a un chico de una chica a primera vista, a menos que se tenga en la mente algún objetivo personal para el que la diferencia de sexos sea relevante. No es posible saber a primera vista si una persona es católica, protestante o judía; si él o ella toca el piano o juega al póquer, es ingeniero o artista, inteligente o estúpido.

Después de todo, si fuera verdaderamente importante distinguir el sexo de una persona a una distancia de varias manzanas con sólo echar una ojeada, ¿por qué no servirse de las diferencias que nos ha dado la naturaleza? Que no es el pelo largo, ya que en todas las culturas ambos sexos tienen el pelo de una longitud aproximadamente igual. Por otra parte, los hombres siempre tienen más pelo en la cara que las mujeres; en algunos casos la diferencia es enorme.

(Mi mujer, la pobre, nunca podría tener patillas, aunque lo intentara.)
Bueno, ¿tendrían entonces que dejarse barba todos los hombres? Pero a las mismas personas convencionales a quienes no les gusta el pelo largo en un hombre tampoco les gustan las barbas. Cualquier cambio les inquieta, de manera que, cuando es necesario realizar algún cambio, hay que ignorar a las gentes convencionales.

Pero, ¿por qué existe ese fetichismo de los hombres con pelo corto y las mujeres con pelo largo, o, si vamos a eso, de los pantalones para los hombres y las faldas para las mujeres, las camisas para los hombres y las blusas para las mujeres? ¿Por qué este conjunto de diferencias artificiales para exagerar las naturales? ¿Por qué esa inquietud cuando las diferencias se desdibujan?

¿Es posible que la distinción vulgar y llamativa en el atuendo y el peinado de los dos sexos sea otro signo de la relación amo-esclavo? Ningún amo quiere ser confundido con un esclavo a cualquier distancia, ni tampoco que se confunda a un esclavo con un amo. En las sociedades en las que existe la esclavitud siempre se pone buen cuidado en diferenciar a los esclavos (con una coleta cuando los manchús gobernaban China, con una estrella de David amarilla cuando los nazis gobernaban en Alemania, etc.).

Nosotros mismos tenemos tendencia a olvidarlo, puesto que nuestros esclavos no femeninos más conspicuos tienen un color de piel que los diferencia perfectamente y no tienen necesidad de mucho más para quedar marcados.

Por tanto, en la futura sociedad sexualmente igualitaria se producirá un desdibujamiento de las diferencias artificiales entre los sexos, un desdibujamiento que ya ha comenzado. Pero, ¿y qué? Un chico determinado sabrá quién es su chica y viceversa, y si otra persona no participa de esta relación, ¿qué le importa a esa persona cuál es cuál?

...Creo que los griegos tenían razón en una cosa, que es mucho mejor amar a un igual. Y si es así, ¿por qué no nos apresuramos a acercarnos al momento en que los heterosexuales podremos amar en las mejores condiciones?

Isaac Asimov (Ver el ensayo completo)


(Imagen de Annie Lennox)
Desde que Asimov piblicó este ensayo, las cosas han ido cambiando paulatinamente. Entendamos que históricamente las diferencias sexuales han determinado los roles culturales de las personas de las diversas sociedades, hasta tal punto que se consideraba que las funciones que ambos sexos desarrollaban en la sociedad no eran  en absoluto intercambiables, sino que estaban irremediablemente unidas a la genética y a la biología.

Gracias a muchos visionarios que apostaron por la igualdad de las personas, actualmente sabemos que nuestra comprensión de lo que significa ser una mujer o un hombre evoluciona durante el curso de la vida. Ninguno de nosotros a nacido sabiendo lo que se espera de nuestro sexo, lo hemos aprendido en nuestra familia y en nuestra sociedad por generaciones. Lo que significa ser hombre o mujer, varía más o menos de acuerdo con la cultura en el transcurso del tiempo, y de su análisis en profundidad se encargan los estudios de género. Vídeo: Seminario interdisciplinario de Estudios de Género.

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